“Amy” podría ser un documental impactante y relevante… Aun así, Asif Kapadia es incapaz de convertir el buen material de partida en un film brillante.
El documental sobre figuras célebres (muertas o no) es un arma de doble filo particularmente compleja y peligrosa: está clarísimo que una figura central fascinante puede hacer que la cinta se sostenga por sí sola independientemente de su calidad “interna”, pero también puede ocurrir que, si el director desaparece detrás del personaje estudiado, el espectador acabe llegando a la conclusión de que un material de partida tan sumamente jugoso bien merecería un realizador más brillante. “Amy“, el documental que Asif Kapadia ha realizado en torno a la fascinante figura de Amy Winehouse, se encuentra flotando en el triste limbo entre ambas posibilidades.
Lo que está claro es que el arma de este film, pese a tener doble filo, acaba por no cortar absolutamente nada. Y eso que, como es de presuponer, la base documental de la cinta es realmente espectacular. En “Amy” accedemos a todo un conjunto de material audiovisual inédito que nos dará acceso a una Winehouse totalmente desconocida: los que sólo tengan en la cabeza a la Amy de los tabloides, se sorprenderán al ver a una joven regordeta con una sonrisa limpia y pletórica, con unos ojos llenos de vida antes de que la luz al fondo de su pupila se viera extinguida por la abundancia de substancias. También hay una buena ración de imágenes perturbadoras de Winehouse en sus peores momentos, como esa sesión de fotos que ella misma se hizo delante del ordenador, en medio de la noche, en plena recaída, como un espectro incorpóreo a punto de desvanecerse en la oscuridad.
Se agradece, por otra parte, la decisión de Kapadia de extirpar por completo el virus de los bustos parlantes de su cinta: pese a que gran parte del documental se sustenta sobre declaraciones grabadas en la actualidad, el director nunca acompaña estos parlamentos de imágenes de la persona que está hablando, sino que se limita a nombrarlos con títulos y a dejar que lo que explican vea redoblado su sentido por la vía de las imágenes. Y esto, que en principio debería ser algo positivo (y lo sigue siendo, aunque sólo sea en su intención), acaba jugándole una mala pasada a “Amy“, ya que al realizador se el acaba yendo la mano con los subrayados, sobre todo con ese recurso de mostrar imágenes impactantes de la artista para acabar con un frame congelado particularmente perturbador, sostenerlo en silencio durante demasiados segundos y proceder a un fundido a negro. Subrayar el drama nunca es una buena herramienta en un documental.
Aun así, esta decisión formal es sólo una piedra en un camino que se ve dificultado por un escollo mucho mayor: la sensación de que el documental se le va de las manos a Asif Kapadia en lo que respecta a planificación. La mano de un autor en una cinta de estas características ha de notarse no sólo en cómo se ordena el material disponible y en cómo se muestra ese mismo material (algo que también hay que abordar con el cuidado de no caer en un didactismo excesivamente enciclopédico y tedioso), sino también en la capacidad para sacar lo más jugoso de las declaraciones. Lo mejor que puede pasarle a un director es que, en las declaraciones de los entrevistados, se note que no se ha visto coartado por ningún tipo de miedo a la hora de realizar unas preguntas claras y certeras.
Ahí están los documentales de Werner Herzog para demostrar que un buen director de documentales ha de ser un buen periodista (por mucho que ni sea periodista) además de ser un buen realizador. A Asif Kapadia le falta capacidad para mojarse y embarrarse: está bien que sean “otros” los que dejen caer hechos incómodos como que el padre de Amy se aprovechó de ella como si no hubiera un mañana o que Blake Fielder Civil fue una influencia desastrosa en la vida de la artista. Pero, a la vez, que sean “otros” los que lo digan puede comportar que todo quede dicho a medias, sin la rotundidad necesaria para reforzar la verosimilitud del film, de tal forma que lo dicho acaba siendo algo que flota por encima de los hechos en vez de mostrarlos a las claras.
Si a eso sumamos que, desde el momento en el que Winehouse se introduce en su particular espiral de destrucción, Kapadia pierde las riendas de su película y se muestra desordenado (a veces ya no sabes si la artista está pasando una época sobria o no) y descuidado (¿Por qué no explica los motivos por los que Blake ingresa en prisión? ¿Por qué se centra en la visita del padre de Amy en la isla de Santa Lucía y no menciona que ella estaba grabando allá el que había de ser su nuevo disco?), el resultado es una cinta que no es un desastre, que tiene buenas intenciones, pero que no acaba de concretarlas con un cuerpo documental tan potente como la vida de la artista que retrata.
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